martes, 22 de noviembre de 2011

MINIENCUADRO crítica de la miniatura LAURA MILLÁN inauguración de la exposición viernes 25 de noviembre, 19,30 horas


MINIENCUADRO. CRÍTICA DE LA MINIATURA

Nayra Sanz Fuentes

A punto de iniciarse la segunda década de siglo XXI Laura Millán comenzó a realizar sus Miniencuadro; pequeñas series en forma de cuadro en las que encierra a seres en miniatura en escenas cotidianas, lúdicas y oníricas. Podría decirse que su estética, limpia y minimalista, recuerda a aquella primera escena de Terciopelo Azul de David Lynch, en la que un bombero saluda sonriente mientras atraviesa las calles impolutas de una pequeña ciudad acomodada de los EE.UU. Todo el entorno aparenta una perfecta armonía, nada desentona y, sin embargo, se intuye que algo turbio se esconde detrás de esa fachada; un escenario que vela una realidad tenebrosa y desconcertante.

De este modo, a simple vista, las piezas de Laura Millán parecen alejarse una crítica social explícita, no obstante, ésta se encuentra en la concepción misma de la obra. Sus imágenes están relacionadas con el tiempo lúdico, como en el caso de Clavadista, Patrones o Beso noche, al igual que con situaciones de ensueño, como Música, amor y cochino jabalino, momentos que aluden, de una u otra manera, a un mundo de ilusión y perfección. Pero no se debe de olvidar ni el espacio ni los materiales con los que estás “ingenuas” imágenes están realizadas: pequeños marcos de madera prefabricados, repetidos en serie ad-ifinitum; lugares que congelan instantes de cotidianidad, caracterizados por el humor y lo surreal, realizados con materiales de la gran maquinaria postindustrial. Son instantes de memoria, de vida, que acontecen creyéndose libres (Tokio, Ecovesan) y que, sin embargo, están dominados por un mundo perfectamente gestionado. Es más, igual que en el caso de artistas como Charles Simonds y Baltazar Torres, al estar creados a partir de la miniatura, esos individuos –“felices” en el caso de Millán- no sólo están acotados y marcados por un espacio cerrado y geométrico, sino que además quedan al acecho de una mirada externa, en esta ocasión siempre superior. El ojo que ahora contempla es el Gran Hermano de El show de Truman que confirma que el orden, bajo su continua super-visión, funciona según lo estipulado. Ante esta mirada panóptica que todo lo ve, cabe preguntar, ¿quién observa a quién? ¿Si ellos son observados, no lo estaremos también nosotros? Es entonces cuando ese mundo feliz e ingenuo se desmorona para descubrir que, en la posmodernidad, todo lo cotidiano se ha convertido, también, en ámbito de control, supervisión y vigilancia.
Los Miniencuadro esconden así una realidad bifronte cargada de una ironía no exenta de incertidumbre. Estas piezas, que sin duda recuerdan cierta estética del arte Pop de los 50, del mundo de la publicidad y del diseño gráfico, se desvelan, en su aparente simplicidad, como inquietantes e, incluso, en términos de Sigmund Freud, como siniestras –Unheimlich-: objetos y situaciones perfectamente cotidianas y que, sin embargo, se perciben como extrañas y desconcertantes.