viernes, 29 de octubre de 2010

Inaguración Exposición JESUS PLACENCIA



Cartografías de la luz, como constelaciones en un planetario, los dibujos de Jesús Placencia hallan el cruce entre palabra y poesía por otros medios: la serie, la sombra, las líneas de la materia del mundo. Arquitectura de las emociones. Desvestidas de todo propósito de diseño, y sujetas al dispositivo íntimo de su repetición, estas resonancias destellan en la evocación de su sombra, sugieren un nuevo orden visual y del sentido, para de nuevo eclipsarse. El juego es infinito: intuimos que la palabra es la cosa y la cosa es la palabra y la imagen resultante ya no es sino el resto de una visión, devuelta a su flujo natural. La palabra serial vuelve a ser material de construcción, ladrillo del mundo, utensilio para la facultad de imaginarlo, el mundo, apenas un instante.

Los sueños deben de estar hechos del mismo material.

Nos contagia la fascinación, la sorpresa. Asistimos mudos a una suerte de diseminación del tiempo, futuro y pasado ondean y se contraen hacia una dimensión de inmanencia, de presente absoluto. Por un momento, cuya duración es la de nuestro mismo estado, encontramos la división y la armonía, el código y la interpretación, nos anidamos en esa intermitencia, navegamos literalmente las geometrías del sentido y de su pérdida. Intuimos la existencia de un orden, en el que todas las partes devienen y ese movimiento es el todo, imposible de fijar, antes y después del movimiento estamos nosotros…nos encontramos porque nos perdemos, lo que destella es el presente, un respiro, una sombra, un haz de luz blanca. El flujo diseñado se hace sonido, el ritmo respiración, las líneas horizontes, las espirales y los vórtices, circulación.

Tiempo pasado y tiempo futuro
Lo que podía haber sido y lo que ha sido
Apuntan a un fin, que es siempre presente.

(T. S. Eliot – Cuatro Cuartetos, Burnt Norton, I)

Como enmudecidos delante del prodigio de la lluvia o del enjambre de relámpagos, o del misterio autista y mágico de la multiplicación celular, perdemos el centro y los bordes de nuestra visión, luego de nuestro estar, por un instante. Ese intervalo, que parece de rendición y pérdida, nos hace considerar nuestra posición, negociar con las sombras resultantes de un proceso artístico que pone en juego tanto la producción artesanal como la serial, la “nuda mano” como la serie infinita, lo humano y lo virtual.

Sin más pantallas que el silencio. Porque el lenguaje poético evoca el silencio del mundo, redimiéndolo del sentido. Su potencia se sitúa mágicamente en lo primario de la imagen. No se trata de una desaparición, sino de un viaje, del éxtasis de la evolución de las cosas en su fricción con la luz.

Sorprendentemente, el hipnótico mantra visual de las palabras de T.S. Eliot, que “son” los dibujos, repetidas como el estribillo del niño perdido para alejar las criaturas que amenazan su imaginación, nos libera de todo compromiso de interpretación, quizás porque la poesía siempre es atrevimiento a sustraer, ironía extrema de la palabra y del mundo.

Un juego de las formas liberadas de toda ambición, de la competición de las apariencias. Extremadamente ligero pues apenas comprensible, como una sonrisa detrás de una ventana. El destello, el intercambio entre el signo y su representación, el vacío y lo lleno, el blanco del fondo y el negro del signo, rescatan la intermitencia de la imagen y del pensamiento, su grana óptica y emocional. El “resultado” es físico, como en las ilusiones, cálido como el amor. No reivindica un territorio, acaso su pérdida, no busca su hueco entre poesía visual y pintura, la técnica es uso y la mano que borra y construye, puro deseo. Captura mansa, entrega, caricia ligera del pensamiento, un pensamiento desactivado de toda manía de poseer el mundo o clasificarlo.

La única sabiduría que podemos adquirir
Es la sabiduría de la humildad: la humildad es infinita.

(T. S. Eliot – Cuatro Cuartetos, East Coker, II)


Acude a la memoria el elogio de la sombra de Tanizaki, su intención de prevenirnos contra todo lo que brilla; para captar la belleza en la llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma de la arquitectura a través de los grados de opacidad de los materiales y el silencio y la penumbra del espacio vacío. Comprendemos que nuestro mito de la visibilidad completa, de la hegemonía sin fisuras y de la transparencia total es engañoso, obsceno. Porque se trata de un mito, paralizado y paralizante si nos empeñamos en no ver dentro de él el devenir del relato y la escritura, olvidando la discontinuidad, la ausencia inscrita en las imágenes mismas.

Está en el secreto la sombra, gracias a la cual ningún texto es obsceno, ninguna imagen es obscena. La sombra o la hendidura inscrita en el decir, el escribir, el significar, el imaginar, el nombrar, e incluso el existir mismo, si no en el amar.


G. Maio


CARTOGRAFÍAS DE LA LUZ
EXPOSICIÓN JESUS PLACENCIA

4/11/2010 -18/11/2010
Enclave de Libros
C/Relatores, 16